¡Más allá del desierto!

By Equipo Editorial Uncategorized 1 comentario en ¡Más allá del desierto!

Por: Manuel Acevedo | Tiempo de lectura: 3.5 min

Estamos en la segunda semana de Cuaresma y en las vísperas de la tercera, semanas que forman parte de la preparación para la Pascua del Señor Resucitado a través de la Eucaristía, la Palabra de Dios, la oración, el ayuno y las obras de misericordia.

Queremos en este boletín de febrero dedicar esta reflexión al desierto, este lugar donde el pueblo es conducido por Dios para caminar hacia la libertad (Ex. 20,2). Sin embargo, esta nueva forma de vida presenta una serie de dificultades: hambre, sed y desorganización.

El desierto es el lugar para escuchar y conocer la voluntad de Dios para el pueblo libre, para la persona que se ha liberado de la esclavitud del pecado y para la comunidad de los liberados.

YAHVE Y EL DESIERTO.

El desierto es un lugar donde se puede gestar la vida humana en fidelidad a Dios y donde lo va educando para que abandone sus esclavitudes y pueda experimentar el paso de la muerte a la vida (Os. 2,16-17).

Es un lugar de silencio, de soledad, de hambre, de sed, de calor sofocante como el nuestro y de frío por la noche.  En un lugar como el desierto, un grupo de personas pierden la paciencia ante las dificultades, ante los peligros inesperados y las enfermedades.  Es una clara imagen de los períodos de sequedad y rutina de nuestra vida en los que parece que nada cambia y todo se hace pesado.

Pues tú, por tu inmensa misericordia, no los abandonaste en el desierto. No se apartó de ellos la nube que durante el día los guiaba en su camino, ni la columna de fuego que por la noche alumbraba la ruta por la que habían de caminar (Nehemías 9, 19).

En el desierto es el lugar que el Señor Yahvé escoge, guía, acoge y enamora a su pueblo Israel para que aprecie el valor de la libertad. Yahvé escoge este lugar para ser escuchado, para enseñar con paciencia a esta gente el nuevo proyecto de vida.  Él quiere que ellos aprendan a vivir según su voluntad, según la justicia, la solidaridad, la paz y la fraternidad.

EL DESIERTO Y LAS TENTACIONES.

Los cuarenta años que Israel pasa en el desierto son, simplemente el tiempo necesario.  Dios siempre usa de paciencia, queriendo que todos se salven.  Jesús pasará también cuarenta días, y tendrá tentaciones en el desierto (Mateo 4, 1-11) similares a las del pueblo de Israel.  Sin embargo, Jesús no se rebela a la voluntad de su Padre.  No se queja.  Y no deja que el maligno lo engañe. Hace de Dios su seguridad y deja que Él decida en su historia.   Y, sobre todo, reconoce a Dios como el único Dios.  Esta es la mejor forma de pasar por el desierto: fiándote de Dios. Al final, pases el desierto rebelándote como hizo Israel o fiándote como hizo Jesús, la respuesta de Dios es siempre la fidelidad.

En el desierto surgen las tentaciones de dejar atrás todo el esfuerzo y la lucha por liberarse de las situaciones de opresión vividas en Egipto; la tentación mayor es querer regresar a Egipto, esto quiere decir que ser libres no es suficiente, sino luchar constantemente por esa libertad que es tarea de todos los liberados.

En esta etapa del desierto Dios no se cansa de los hijos de Israel allí experimentan la misericordia y la generosidad en sus vidas (Ex. 20,2),  El que no les deja morir de hambre ni de sed.  A veces murmurar es fácil como tantos católicos que lo toman como su deporte favorito, que buscar soluciones cuando no se ha aprendido a ser libre.

El maná no es una solución mágica de parte de Dios, ese maná que llovió del cielo, es más bien una fruta que este pueblo no conocía. Cuando lo encuentran y como ven en esta acción, la providencia divina de parte de Dios. Su importancia no estaba nada más en que llenó los estómagos de todos, sino en que ahora en adelante, los liberados no deben guardar nada para sí: la nueva sociedad no debe parecerse en nada a la de Egipto; esta sociedad que Yahvé quiere debe regirse por la fraternidad y la solidaridad, de esta manera todos tendrán lo necesario, no sobrará ni faltará nada.

EL DESIERTO Y LAS DUDAS

“Por eso, yo voy a seducirla, la llevaré al desierto, le hablaré al corazón” (Oseas 2, 16).

En el desierto, el pueblo de Israel duda, y duda mucho.  En Mará porque el agua estaba amarga.  En Refidín porque no había.  En el desierto porque llevaban un poco de tiempo sin comer.  O querían comer carne en vez de pan.  Delante de la tierra prometida porque estaba ocupada por gente aparentemente fuerte.

Y así continuamente. ¿Y la respuesta de Dios? Usar la paciencia con su pueblo, corrigiéndole y demostrándole que Él provee. Por eso les da agua, les da el maná, les da codornices y les regala la tierra prometida.

Dios da a la rebeldía de su pueblo, que es tu rebeldía y la mía, su fidelidad y su amor.  Y el pueblo ve lo que hay en su corazón, se conoce, se ve débil y ve que pese a ello,  el amor de Dios no se frustra en ellos.  El desierto es para todos los hombres un tiempo de descubrir nuestras propias limitaciones, y el gran poder que tiene Dios.  Es un tiempo de vivir en la fe, despojándose de todo lo accesorio y volviéndose a Dios, que nos ama hasta el extremo de enviar a su Hijo por nosotros. 

EL DESIERTO Y LA DESORGANIZACION

Una sociedad, una comunidad o una familia desorganizada tropieza constantemente.

“Entonces el suegro de Moisés le dijo: «No está bien lo que estás haciendo. Acabarás agotándote, tú y este pueblo que está contigo; porque este trabajo es superior a tus fuerzas; no podrás hacerlo tú solo” (Éxodo 18,13-27)

Esta situación de desorden es la que Jetró observa.  Su sabiduría alcanza para ver que no es conveniente que el pueblo dependa de Moisés, sino que las responsabilidades se repartan. En Moisés se ha concentrado el poder y la responsabilidad.  La dependencia y la concentración de poder son un peligro para cualquier ambiente.   Por eso, la institución de Los Jueces no solamente significa organizar mejor las acciones, sino facilitar la vida de todos en esta nueva sociedad que Yahvé propone.

MI DESIERTO

Las continuas rebeldías, quejas e impaciencias del pueblo de Israel en el desierto son actos que repetimos constantemente nosotros.

Ellos decían: no hay comida, no podemos beber, estos o aquellos son muy fuertes.  Es decir, decían: Dios quiere nuestro mal.  Nosotros decimos: me falta dinero, no quiero esta situación tan difícil, quiero esto o aquello que no tengo. Es decir, decimos: Dios quiere nuestro mal.  Sin embargo, ante las mismas tentaciones Jesús tiene una actitud completamente diferente, que se basa en la confianza en Dios.

Uno de los propósitos de esta Cuaresma podría ser, el caminar nuestra vida con la confianza plenamente puesta en Dios porque, en caso contrario, lo que surgirá durante nuestro camino serán rebeldías continuas. Por eso, es fundamental poner toda nuestra confianza en Dios.  Sin embargo, eso conlleva un proceso largo, en el que Dios nos va dando garantías para que no dudemos de Él, tal y como hizo con el pueblo de Israel.  Y una de las más hermosas es la promesa de la vida eterna.

Reflexionemos estos días cuaresmales arriesgando y buscando en nuestras propias rebeldías e impaciencias, la fidelidad de Dios y la mejor forma de vivir nuestra vida: es confiando en Dios, como Moisés que un día cambió su rutina diaria de llevar las ovejas “más acá del desierto” dentro de un espacio bien conocido, pero un día cambió todo, “fue más allá del desierto” (Ex. 3.1) rompió el ritmo de su vida y se encamino con sus ovejas más allá.

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One comment
  • María Feliciana Ramírez
    Posted on febrero 29, 2024 at 11:41 pm

    Dios le pague el 100 por uno por su guia.

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